El miembro de un instituto secular es plenamente laico y plenamente consagrado, uniendo en sí dos realidades que eran incompatibles.
Ser gloria de la Santísima Trinidad a través de la consagración a Dios en medio del mundo y viviendo una espiritualidad trinitaria.
Aspirar a la perfección de la caridad y luchar por conseguir la santificación del mundo sobre todo desde dentro del mismo.