«Jesucristo, plenitud del hombre, que vive y actúa en la Iglesia, invita a todos los hombres al encuentro transfigurador con él, «camino, verdad y vida» (Jn 14, 6). Los santos han recorrido este camino. Lo hizo Pablo VI, siguiendo el ejemplo del apóstol cuyo nombre asumió, en el momento que el Espíritu Santo lo eligió como Sucesor de Pedro.
Pablo VI (Giovanni Battista Montini) nació el 26 de septiembre de 1897 en Concesio (Brescia), Italia. El 29 de mayo de 1920 fue ordenado presbítero. Desde 1924 prestó su colaboración a los Sumos Pontífices Pío XI y Pío XII y, al mismo tiempo, ejerció el ministerio presbiteral con los jóvenes universitarios. Nombrado Sustituto de la Secretaría de Estado, durante la Segunda Guerra Mundial se dedicó a buscar refugio para los hebreos perseguidos y los prófugos. Más tarde, nombrado Pro-Secretario de Estado para los Asuntos Generales de la Iglesia, debido a su particular cargo, conoció y se reunió también con muchos promotores del movimiento ecuménico. Nombrado arzobispo de Milán, prestó una gran dedicación a la diócesis. En 1958 fue elevado a la dignidad de Cardenal de la Santa Iglesia Romana por san Juan XXIII y, tras la muerte de éste, fue elegido para la cátedra de Pedro el 21 de junio de 1963. Perseverando con entusiasmo en el trabajo iniciado por sus antecesores, llevó a cumplimiento particularmente el Concilio Vaticano II y dio inicio a numerosas iniciativas, signo de su gran solicitud por la Iglesia y el mundo contemporáneo, entre los cuales recordamos sus viajes como peregrino, realizados como servicio apostólico y que sirvieron tanto para preparar la unidad de los Cristianos, como para reivindicar la importancia de los derechos fundamentales de los hombres. También ejerció el magisterio supremo en favor de la paz, promovió el progreso de los pueblos y la inculturación de la fe, así como la reforma litúrgica, aprobando ritos y plegarias, teniendo en cuenta tanto la tradición como la adaptación a los nuevos tiempos, y promulgando con su autoridad, para el Rito Romano, el Calendario, el Misal, la Liturgia de las Horas, el Pontifical y casi todo el Ritual, a fin de favorecer la participación activa del pueblo fiel en la liturgia. Asimismo, trató que las celebraciones pontificias tuvieran una forma más sencilla. El 6 de agosto de 1978 entregó su alma a Dios en Castel Gandolfo y, según sus disposiciones, fue sepultado en humildad, tal como había vivido.
Dios, pastor y guía de todos los fieles, confía a su Iglesia, peregrina en el tiempo, a quienes ha constituido vicarios de su Hijo. Entre ellos resplandece san Pablo VI, quien unió en su persona la fe límpida de san Pedro y el celo misionero de san Pablo. Recordemos que, en su visita al Consejo ecuménico de las Iglesias en Ginebra, el 10 de junio de 1969, aparece con claridad su conciencia de ser Pedro, al presentarse diciendo: «Mi nombre es Pedro». Pero la misión para la cual se sentía elegido se derivaba también del nombre adoptado. Como Pablo, gastó su vida por el Evangelio de Cristo, atravesando nuevas fronteras y convirtiéndose en su testigo con el anuncio y el diálogo, profeta de una Iglesia extrovertida que mira a los lejanos y cuida de los pobres. De hecho, la Iglesia fue siempre su amor constante, su preocupación primordial, su pensamiento fijo, el primer y fundamental hilo conductor de su pontificado, porque quería que la Iglesia tuviera mayor conciencia de sí misma para difundir, cada vez más, el anuncio del Evangelio».
(Decreto de inscripción de la celebración de San Pablo VI, Papa, en el Calendario Romano General)
SAN PABLO VI Y LOS INSTITUTOS SECULARES
Después de ser promulgada la Constitución apostólica Provida mater ecclesia, por Pio XII en 1947, por la que se aprobó una vocación nueva en la Iglesia —la secularidad consagrada—, Pablo VI fue pionero en el arte de explicar en qué consistía esta nueva vocación y de impulsarla en la Iglesia.
Sus mensajes fueron especialmente lúcidos, y siguen siendo hoy referencia obligada para profundizar en la vida y misión de todos y cada uno de los miembros de nuestros Institutos; fue clarificando y delimitando la novedad de esta vocación. Él mismo nos decía: «… en vuestra vocación, que si presenta muchos caracteres comunes a otras vocaciones que florecen en la Iglesia de Dios, hay algunos propios que la distinguen y merecen una consideración específica.» (Pablo VI, 1970)
Así, fue explicándonos el modo de vivir los consejos evangélicos en el mundo, cómo rezar desde la secularidad que nos caracteriza, y el modo de estar en la comunidad cristiana. Especialmente fue lúcido al intuir que la nuestra es una vocación de síntesis (cf. Pablo VI, 2-2- 1972).
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